Sobre un salto (y la falta de pasos)

Un sub-género de los comentarios políticos que ha aparecido durante el último par de años – básicamente desde el comienzo de la crisis económica – es el de «Europa – y especialmente España – están decayendo en su posición internacional, y a una velocidad más rápida de lo que se puede imaginar«. Como imagen simbólica de dicha corriente de pensamiento podría elegirse la siguiente noticia de hace unas semanas:

Primer inmigrante que intenta saltar la valla hacia Marruecos

Desde que en 1992 empezó con fuerza la inmigración irregular en la Ciudad Autónoma de Ceuta no se había dado un caso parecido. Por primera vez, un inmigrante ha sido descubierto cuando intentaba saltar desde Ceuta la valla a Marruecos para volver a su país de origen: Mali.

El curioso suceso, que ha llamado la atención de la Guardia Civil, se produjo en la madrugada del pasado domingo cuando los agentes del instituto armado comprobaron que había saltado una de las alarmas del paso fronterizo.

Como es habitual en este caso, según han informado fuentes de la Guardia Civil, las patrullas acudieron al lugar indicado de los 8,2 kilómetros de perímetro fronterizo terrestre que separan Ceuta de Marruecos.

En principio, los agentes pensaron que se trataba de un servicio rutinario para rechazar a inmigrantes subsaharianos que pretendían entrar desde Marruecos, pero al llegar a la zona se toparon con un caso inédito: un inmigrante trataba de saltar desde Ceuta a Marruecos.

El inmigrante, llamado Omar Chuick, natural de Mali, manifestó a los dos guardias civiles que llevaba cuatro años en Ceuta y que ante la imposibilidad de viajar hasta la península optó por deshacer el camino andado y que pretendía volver a su país de origen a través de Marruecos.

Más allá de lo anécdotico de sucesos como estos, está claro que en Europa – y España – nos enfrentamos a una situación que parece superarnos. No es ya sólo la crisis económica, y sus consecuencias; más recientemente, los sucesos en el norte de África han vuelto a poner de relevancia los límites de la actuación europea, y española. En el caso español, la desacertada respuesta a los sucesos de Túnez, Egipto y ahora Libia denunciada por diversos analistas, ha coincidido en el tiempo con un nuevo, pero igualmente bochornoso, viaje de nuestras autoridades a Guinea Ecuatorial. En este caso fue el Presidente del Congreso – José Bono – el que lideró la comitiva, y el que se dirigió a Obiang con la la vergonzosa frase de que «Es muchísimo más lo que nos une que lo que nos separa«. No sé en quién piensa Bono entonces cuando lee que el hijo de Obiang encargó un yate (finalmente no comprado) valorado en 288 millones de euros – tres veces el presupuesto combinado de educación y sanidad del país. Lo único positivo de la visita es que gracias a ella – y a activistas como Juan Tomás Ávila – Guinea vuelve a tener algo de espacio en los medios.
Una falta de liderazgo – y de honestidad – vergonzante y sintomática de los problemas de nuestra sociedad, como señaló certeramente Josep Ramoneda la semana pasada con motivo del 23-F y los sucesos en el Mediterráneo:

Choca con la más elemental sensibilidad democrática que un Gobierno que despliega tanta energía en la conmemoración de uno de los momentos más delicados de la transición no tenga otra actitud que el silencio más espeso y la espera más patética -tenemos una ministra de Asuntos Exteriores que nunca se define porque siempre le falta alguna información- ante lo que está aconteciendo en el norte de África. (…)
España, como Europa, se está comportando como una democracia gastada, paranoica e hipocondríaca, que ha perdido la capacidad de establecer empatía con los que luchan por la libertad y de ejercer cualquier papel de orientación y de apoyo en los procesos. (…)
La reacción de España -y de Europa- pone de manifiesto el estado de deterioro de nuestra democracia. Estos ciudadanos -tantas veces vistos desde aquí despreciativamente como parias- nos ponen en evidencia al luchar por la democracia cuando nuestra democracia se desdibuja día a día. Los gobernantes no se dan cuenta del malestar profundo que recorre España y Europa. No es casualidad que en Francia un panfleto de un nonagenario que invita a los franceses a la indignación haya vendido más de un millón de ejemplares. Algún día este profundo malestar despertará. Quizá entonces los Gobiernos europeos entiendan el ridículo que están haciendo ahora. Tengo para mí que la última estación de la revolución de las redes sociales será Europa.

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