La verdad es que algunas noticias causan, como sentimiento predominante, una absoluta estupefacción; un sentimiento que sólo se sacude uno con mucho trabajo. Éste ha sido el caso con las declaraciones del Papa Benedicto XVI con motivo del Sínodo de África, inagurado el pasado domingo.
No es que declaraciones del Papa acerca de África, sean noticia por primera vez – basta recordar su afirmación de que «No se puede superar (el sida) con la distribución de preservativos, al contrario aumentan el problema». En este caso, sin embargo, más que indignado me he quedado boquiabierto al escuchar su afirmación de que el «nuevo colonialismo» que amenaza el progreso africano: es el materialismo, que exporta el mundo occidental como un «residuo tóxico». Una amenaza que además se complementa con el aumento de fundamentalismos religiosos que falsifican el nombre de Dios y difunden «la intolerancia y la violencia».
A ver, no es que haya nada intrínsicamente malintencionado o erróneo en estas palabras (al contrario que en las hechas acerca de los preservativos) pero resulta sin embargo un análisis del continente bastante particular. Claro que el materialismo – y sus derivados: consumismo, egoísmo, etc – es algo negativo; pero ¡¿afirmar que el principal problema de África es éste?! No es África – según las propias palabras de Benedicto XVI – «un inmenso «pulmón» espiritual para una humanidad en crisis de fe y de esperanza». Entonces, ¿no debería el Papa dirigir éste tipo de discursos – si lo cree realmente importante – a su rebaño occidental que abandona las iglesias católicas a gran velocidad? ¿Y cuyo materialismo fue motor principal de la colonización y explotación del continente africano, y gran parte del mundo?
Las cifras nos dicen que dentro de 15 años los fieles católicos en África habrán pasado de 170 a 230 millones (una sexta parte del total mundial), y que es en este continente dónde la iglesia católica crece con una mayor velocidad. Es también innegable que (perdón por la generalización) África es un continente espiritual, dónde las creencias religiosas – aunque no necesariamente asociadas a una iglesia o culto institucionalizado – juegan un gran papel en la vida diaria de millones de personas e influyen en muy distintos aspectos de estos países. El libro: «Mundos de Poder» de S. Ellis y G. ter Haar es una brillante introducción a la cercana relacción existente entre el poder político y poder espiritual en numerosas partes del continente (aquí se puede leer el capítulo de introducción en inglés).
Es decir, y por mucho que el Papa diga lo contrario, África parece muy lejos de sucumbir a un materialismo que excluya las creencias espirituales. Es cierto que líderes políticos se han adueñado a menudo de fondos públicos han realizado ostentosas demostraciones de riqueza. Sin embargo, algunas de las más increíbles demostraciones de poder material han tenido también un fuerte componente religioso, como por ejemplo la Basílica de Nuestra Señora de Yamoussoukro, la iglesia más grande del mundo, construída por el dictador de Costa de Marfil, Félix Houphouët-Boigny entre 1985 y 1989 con un coste total de $300 millones. Este nivel de ostantación nos lleva al segundo punto – el crecimiento de grupos que falisifican el nombre de Dios.
Durante los últimos años se ha producido un importante aumento en la creación de nuevas identidades religiosas en África – no sólo fanatismos (cristianos o musulmanes), sino también el Pentacostalismo y distintas iglesias Evangélicas. Estos procesos sí que son destacables dentro de la actualidad africana – en especial por su moderno carácter que hace uso de las nuevas comunicaciones y redes transnacionales creadas por inmigrantes africanos. Pero,en mi opinión, el crecimiento de estos grupos responde (en parte) a uno de los verdaderos problemas en África: la falta de gobiernos democráticos, responsables y de una situación política estable.
Éstos problemas – cuyas causas son demasiado complejas como para intentar explicar en esta breve entrada, pero entre las que el materialismo africano desde luego no figura – han sido reflejados en numerosos informes, reportajes y listas oficiales. Y han sido también objeto de numerosas intervenciones para intentar solucionarlos. Ambas cosas intenta hacer la Fundación Mo Ibrahim – fundada por un exitoso hombre de negocios sudanés – que acaba de publicar (este lunes) un nuevo listado que refleja los países mejor gobernados del continente. Además esta fundación, cuyo objetivo es mejorar la calidad de liderazgo de los políticos africanos – otorga para ello un premio anual de 5 millones de dólares (y $200,000 de pensión anual vitalicia) al mejor líder del continente. Mientras que esta es una iniciativa destacable, la idea de fondo parece irónicamente apoyar la opinión – compartida por el Papa – de que lo único que interesa a los líderes africanos es el dinero, y que dándoselo por hacerlo bien, se evitan así tentaciones de adquirirlo de otra manera. Ya que situación africana es sumamente compleja – con un gran potencial al mismo tiempo que graves problemas – requiere por tanto actuaciones en muy diversos frentes. La lucha contra el materialismo exportado por occidente sin embargo, no creo que encabece muchas listas de prioridades.
El ex-presidente de Botsuana y ganador del premio en 2008 Festus Mogae